A principios de los 90 llegó a Torondoy un sacerdote de origen húngaro, el Padre Zoltan, de avanzada edad, según decían algunos había peleado en la segunda guerra mundial, luego quedó viudo y entregó su vida al sacerdocio.
Por problemas del lenguaje, las misas del Padre Zoltan eran toda una aventura de la torre de babel, tratando de entender, sólo se salvaban los textos que ya venían impresos en la hoja dominical que repartían en la entrada de la iglesia.
Llegó el mes de diciembre y con él las misas de aguinaldo. Es costumbre que la noche previa a la misa se lancen morteros para anunciar a los pueblos vecinos que el día siguiente hay misa en la madrugada. Desde ese momento Torondoy transforma, pierde su tranquilidad para llenarse de la algarabía de las carretas que salen desde Punta Brava hasta la medicatura o hasta el puente de la botijuela, el repicar de campanas, y el sonar de los tambores al son de la gaita en la esquina de la plaza.
Pienso que todo esto evocaba en el Padre Zoltan malos recuerdos de su época de soldado pues se transformaba por completo.
Una noche nos encontrábamos tocando gaitas en la esquina de la casa de Gustavo, al lado de la iglesia, como en pocas ocasiones el grupo estaba completo, dos furros, dos tambores, charrasca, güiro, maracas y el cuatro con sabrosura… Cuando de repente uno de los tambores rebotó en el piso desarmándose en el acto. Era el Padre Zoltan que enfurecido se desquitó con el pobre tambor que le llevaba a la devastada Europa en plena guerra, tenía la cara muy roja y los ojos desorbitados, solo dijo en claro castellano que nos iba a mandar a meter presos, gritaba un montón de cosas en su lengua natal.
Armado de valor me dí la vuelta para quedar frente a él, estaba muy molesto porque para conseguir los instrumentos para el grupo de gaitas nos costaba mucho. También empecé a gritarle al Padre Zolta, claro, me sentía apoyao’ por los muchachos del grupo de gaitas que estaban detrás de mí, pero al voltear sólo encontré a los instrumentos tambaleándose en el piso, todos los muchachos habían salido corriendo, hasta yo lo pensé con ese húngaro de casi dos metros manoteando. A Dios gracias que no pasó nada, sólo un buen susto y un tambor menos para el grupo de gaitas.
Desde entonces tuvimos un poco de consideración con el pobre viejo y tocábamos gaitas un poco más lejos y desde lugares donde pudiéramos ver la puerta de la casa parroquial para dejar de tocar cuando saliera el Padre Zoltan.
domingo, 28 de junio de 2009
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