martes, 25 de agosto de 2009

La historia de un diente partido

Para mi cumpleaños número trece mis padres me regalaron una bicicleta de cross, rin 16, marca Shogun, color azul. Si esa bicicleta contara la de caídas que nos dimos, ya hasta perdí la cuenta.

Tenía mucha "fiebre" de andar de arriba a abajo por mi pueblo. A los días a Leonardo le regalaron una de cross también, color amarillo, marca Royal. Siempre competíamos para ver quien saltaba mas alto, tomando vuelo desde la subida de copei, atravesando la avenida Bolívar, nuestros amigos nos avisaban si venía algún carro o algún peatón.

Una tarde estaba cenando uno de mis platos favoritos, dos plátanos maduros fritos, de esos que están casi negros, picaditos en trozos pequeños mezclado con queso duro rayado bien fino y unas dos cucharadas de natilla de la zona sur del lago, con un sabroso café con leche que no puede faltar a esta cita. Iba por la mitad del plato cuando mi papá me pidió que fuera urgente a buscar un papel al liceo. No podía esperar que terminara de comer, tenía que salir en el acto. Tomé mi bicicleta y salí refunfuñando de la casa.

Aceleré por esa bajada de Punta Brava a lo que me daba, pase en zig zag por las divisiones que hacen los ladrillos de la calle en dirección a la Veguita cuando frente al negocio del Sr. Andrés Salcedo salió un cristiano de cuyo nombre no quise ni quiero enterarme. Cuando lo vi venir intenté frenar, pero aún tenía aceitosas las manos por las tajadas y se me resbalaron tanto en el freno trasero como en el delantero.

Recuerdo que días atrás me habían regalado una corneta electrónica, que no sirvió tampoco para nada. El impacto era inevitable. Me llevé su humanidad, caímos largo por la calle, con la misma agarre la bicicleta y seguí de largo, rumbo al liceo a buscar el dichoso papelito, sobándome las rodillas.

Así pasaron los años entre piruetas y carreras por el pueblo. Ya después, con más colegas ciclistas en el pueblo, formábamos parejas para bajar desde la Te o desde El Alto con alguien en barra. Una tarde subí con Calucho como compañero, bajamos desde la Te y antes de llegar a la recta de las Rurales nos encontramos con una fila de camiones que traían asfalto y todos se estacionaron del lado de las casas. La bicicleta había tomado mucho vuelo, me imagino que por el peso. Cerca del liceo hay una batea, que guía el cauce de una quebrada intermitente.

No pude frenar por completo, la bicicleta no toco el hilito de agua que estaba pasando, el caucho delantero golpeó directamente con el otro lado de la batea, esto fue como caer sobre un trampolín. De acá en adelante este momento me quedó grabado en cámara muy lenta. De repente me despegué de la bicicleta subí por el aire para luego con el hombro en el asfalto. Cuando me pude incorporar vi que atrás quedó Calucho y la bicicleta toda doblada a un lado.

Nos sentamos a pasar el dolor en la acera. La señora Alejandrina se acercó corriendo para ver como estábamos. Nos dijo que pensó que nos habíamos matado. Vio la bicicleta por el aire, más arriba Calucho y más arriba yo.

Ese día me conté dieciséis loras, tres en la zona lumbar que no me explico como me las hice, el resto por el todo el cuerpo. El saldo de Calucho... sólo un diente roto y las ganas de no volver a agarrar una cola en bicicleta.

domingo, 28 de junio de 2009

La cometa de helecho

Para la época de Semana Santa, es costumbre en Torondoy rescatar juegos típicos como el trompo, las metras y las cometas. Éstas últimas son llamadas en otros lugares papagayos o petacas. Desde niño siempre me llamó la atención el vuelo de estos artefactos, que sujetados a tierra firme parecieran querer salir volando, o como si el viento en ocasiones se las quisiera quitar a lis niños para ponerse a jugar con las cometas.

Para volar las cometas en Torondoy había que abandonar el centro del pueblo, pues la cantidad de cables que salen de los postes de luz hacen difícil el despegue de las naves de papel.

Entre los sitios buscados estaban el Filito, el Plan de Justo y otros más, pero el sitio donde la montaña cortaba el viento y lo hacía moverse más rápido era el Filo del Zamuro o Filo de la Chiva, ubicado hacia el este del pueblo, en la vía hacia San Rafael. Yo lo llamo del Zamuro porque allí ésta aves acostumbran hacer sus nidos, en cambio del mamifero ni los pelos he visto en Torondoy.
Mis padres me regalaron una cometa, era plástica de color azul transparente. Una tarde me fui con unos amigos al Filo del Zamuro, cada uno había sacado de sus casas los rollos de pita que sobraron de las hallacas de diciembre, sabía que íbamos a necesitar bastante cordel.

Yo no había probado mi cometa nueva, fue cuando comencé a lanzarla que me dí cuenta de que tenía problemas de equilibrio, la cola no se veia nada bien. El viento soplaba muy fuerte, mi cometa azul estaba a pocos metros de altura cuando de pronto dio un giro tremendo perdiéndose detrás del filo. Me asomé con cuidado sujetándome de algunas piedras y la vi atrapada entre unos helechos, aún estaba sujeta al cordel, pero al intentar halarla se reventó.

Ya sin cometa comencé a buscar quien tenía unas varitas de verada para hacer una nueva, pero no conseguí. Me decían los amigos que en unas fincas un poco lejos de Torondoy habían como arroz. Pasaron los días y seguía sin tener cometa. Una de las cosas que más recuerdo de mi casa es la cantidad de libros y revistas que tenían mis padres. Según, alguien les recomendó cuando su iban a mudar a Torondoy para dar clases en el 75 que se apertrecharan con unos buenos libros y buena música, así que poco a poco se hicieron de muchas colecciones de libros y revistas de todo tipo.

Un día, hojeando una revista, encontré un artículo sobre las cometas, que casualidad, donde se mostraban muchos modelos de cometas de otros países, le puse el ojo a una de origen chino, era de forma rectangular con un orificio circular en el medio. Quería hacer esta cometa, pero pensé en la verada nuevamente, en la revista no decía de que material debía estar hecha la estructura y me puse a pensar en que podía utilizar, tenía que ser liviano, resistente, barato, nada frágil y pensé en los helechos en los que se había enredado mi cometa azul que cumplían con estas condiciones.

Para llegar al Filo del Zamuro había que pasar por unos senderos donde los helechos eran como árboles, fui hasta allá y seleccioné los más largos y parejos, no tan verdes por lo pesado ni tan secos por lo frágil. Les quité todas las hojas y quedaron listas para comenzar la construcción.

En la bodega del señor Pedro la Cruz compré tres papeles de seda, uno blanco, uno rojo y uno azul, para hacer la cometa copia exacta del modelo de la revista. Allí aparecían las medidas, 1.5 x 1 m. Hice el armazón de acuerdo a las instrucciones, era inmensa. Con un cordel más fuerte salí esa tarde a buscar a mis amigos para que me acompañaran a volar la cometa y cuando la vieron entre risas y burlas me dijeron que esa cometa no iba a volar, que tenía un hueco y que además no tenía cola, yo no me había dado cuenta de este último detalle de la emoción por lo bien que me estaba quedando. Al final pensé que si en la revista no estaba era porque no la necesitaba, tampoco era una cometa común y silvestre en forma de rombo, era rectangular con un hueco en el medio. Igual, nos fuimos al Filo del Zamuro, ellos esperando para seguir burlándose y yo con algo de esperanzas.

Ya en el Filo del Zamuro, con un cordel más fuerte, esperábamos una fuerte brisa para lanzar la cometa, el momento no se hizo esperar. La cometa subió en una línea recta casi perfecta hacia atrás, el viento se la llevaba y pedía más cordel. Mis amigos, hasta ese momento esperaban mi fracaso, comenzaron a ayudarme al ver que pedía y pedía mas cordel y el enorme rectángulo azul, blanco y rojo cada vez se iba alejando. La tensión del cordel era muy fuerte, ya no podía hacer que la cometa regresara y nos estábamos quedando sin cordel. A la cometa nunca le hizo falta cola, su enorme tamaño figura conseguía equilibrio con el agujero del medio, allí estaba el secreto. Las varas de helecho hicieron lo suyo, pero quien ahora se salía de lo normal era el viento, la brisa continuaba soplando parejo, sin descanso, hasta que llegó el momento en que el cordel se acabó. No tuve mas opción que dejarlo ir, esperando a que cayera al no tener un punto de unión a la tierra. Pero creo que el viento en esta ocasión quiso quedarse con la cometa, me la quitó de las manos y la llevó hasta perderse entre la neblina lejana.
Quedó comprobado que la verada no es lo único con que se pueden hacer buenas cometas, gracias al helecho y a las recomendaciones chinas, quizás la cometa cayó en la casa del algún habitante de La Cuesta o simplemente el viento la guardó para jugar de vez en cuando entre las montañas torondoyenses.

Las botellas viejas


A comienzos de los noventa, se puso de moda en de Torondoy, especialmente en el Centro de Amigos, exhibir una colección de botellas viejas, era una de las más grandes. Un día caminando hacia la casa de Manuel Abreu me conseguí semienterrada una botella de forma muy particular, comencé a escarbar en la tierra para sacarla.

Era de color ámbar oscuro con muchas líneas transversales que la hacían parecer un gusano, su logo un rombo de color naranja y letras blancas, en la que se leía claramente "Orage Chrush Soda". La botella estaba en perfectas condiciones, decidí lavarla para llevársela al señor Víctor Matheus para que la colocara en la colección, sabía que ésta le faltaba.

Se la entregué y el señor Víctor en el zaguán de su casa, con su sonrisa de siempre la tomó con mucho cuidado y me dijo que ese refresco era muy sabroso. Me despedí y dí media vuelta hacia la puerta, de pronto vino sobre mi la idea de comenzar mi primera colección de botellas viejas, pero ahora ¿cómo le decía a este señor que me regresara la botella si la había recibido con tanto cariño?

El que da y quita le sale una pepita, decían cuando alguien se arrepentía de regalar algo. Para cuando me decidí a pedirle la botella ya había salido de la casa. Toc toc en la gran puerta de madera, el señor Víctor es quien me abre, con la misma sonrisa que me recibió la botella me la entregó. Salí contento con mi trofeo a colocarla en una repisa del cuarto.

Esa misma tarde me paseé por varios patios buscando otras botellas, como si fueran un tesoro. Encontré algunas partidas, pero ese día aumenté la colección con una de maltina de cerveza Polar, otra de cerveza Zulia y una Cold Point no muy vieja, pero que igual ya no salía.

Se estableció entonces un intercambio entre coleccionistas, otro era Nilo Hernández, veía todas las botellas acomodadas en unas repisas en la sala de su casa y pensaba en cuando iba a tener todas esas botellas, reflejo de un pasado comercial de Torondoy.

Se corrió la voz de que en la parte baja de la bodega del señor López en la veguita, había muchas botellas viejas. Pero el señor López no era muy amigable, o por lo menos daba la impresión, a veces las apariencias engañan, pero nunca me arriesgué. Preferí entonces una tarde pasar por el puente de la botijuela con dos amigos hasta la parte baja de la bodega. Ésta se encontraba cerrada lo que nos daba un poco de seguridad. Para llegar hasta la casa debíamos pasar otras dos que estaban en completo deterioro.

Con linternas en mano nos asomamos por una ventana que daba a un cuarto oscuro, fue entonces cuando vimos botellas de Old Colony con todos los logos imaginables, varias series, en sus cajas de madera. Fue como encontrar un tesoro. No recuero quien fue el primero en pasar por la ventana, lo cierto fue que al pasar se enredó con algo y acabó partiendo unas cuantas botellas. No hubo lesionados en este accidente. Escojimos una de cada serie y salimos rápido de la casa vieja, ya casi era de noche.
Así continué con mi colección de botellas viejas hasta tener 58 de cerveza, 53 de refrescos y una de aceite vegetal que venía con chapa. De todas formas, colores y tamaños posibles, cervezas de dos litros, refrescos de casi 100 cc. una de ellas tenía grabado el año 1906, era de color verde oscuro. Ya no tenía lugar donde colocarlas, para entonces ya se acercaban los días en ir para Mérida a estudiar en la Universidad de Los Andes y tuve que guardarlas en unas cajas hasta que unos años después las llevé a la Casa de la Cultura para que fueran exibidas en algún rincón, pero nunca le dieron la importancia que yo les dí, y quizas ahora se encuentren en alguna sala, en algún bar o simplemente hayan vuelto a los patios de las casas donde el tiempo se encargue de enterrarlas nuevamente, cual tesoro que fueron para mi.

Una de cazafantasmas

Últimamente se han visto muchas cosas en Torondoy, o por lo menos eso dicen. Hace poco aproveché y tomé un par de días de mis vacaciones para pasar por mi querido pueblo para reunirme con mis viejos y buenos amigos. Ya subiendo en uno de los toyotas que cubren la ruta Caja Seca a Torondoy, le escuchaba decir a la gente que el diablo andaba suelto por las calles, que los espiritus entraban y salían de los cuerpos de niños y mujeres como perro por su casa, que era algo nunca antes visto, que en menos de dos meses ya se contaban con 18 casos de exorcismo, y extraoficialmente se había agregado uno de Mucumpís a la lista.

Como en todas partes hay gente mala que le gustan esas cosas de meterse con los muertos. Recuerdo el caso de Valentín, una mañana lo fueron a buscar porque uno de los espíritus que tenía incorporado una niña lo delató, según no le amarraron la lengua. Bueno lo cierto que al que si amarraron fue a Valentín y lo llevaron a punta de gritos y golpes a la Plaza Bolívar, donde la policía se encargo de protegerlo antes de que lo lincharan.

Lo querían quemar, cual hereje, como en la inquisición querían darle fin a este personaje. En su casa según consiguieron fotografías de la niña y de otras más, velones negros, animales muertos, un libro de magia negra. Todo esto lo observé desde la torre de la iglesia, desde el punto en donde se tocan las campanas.
Volviendo a los tiempos actuales, en mi breve visita no pude investigar mucho en el día de estos casos que mantenían a los pobladores de Torondoy sin pegar un ojo. Aunque estaba muy cansado por el largo viaje de oriente a occidente, al día siguiente me levanté como a las cuatro de la mañana, aunque dicen que la hora especial es a la una en punto, salí de la casa de mi amigo con mi cámara y trípode en mano para poder hacer buen uso de la poca luz y tratar de captar en las imágenes algunos de estos fantasmas que rondaban por el pueblo.

Era una madrugada muy fría, no se podía observar ningún ser vivo por las calles y por los momentos nada de los muertos en la cámara tampoco. Fijé mi atención a una toma de la torre de la iglesia desde la parte posterior, como primer plano una vieja tapia del fondo de la casa cural que está por caerse.
Estaba cuadrando el trípode, ya había fijado la cámara. A mi espalda se encontraba el poste de luz del murito de la casa de la Señora Bárbara, que en paz descanse, Cuando estaba observando que ésta luz intensa marcaba mi sombra sobre la calle gris, vi como tres sombras se venían sobre mí como saliendo de la casa de la finada. Un escalofrío corrió por todo el cuerpo, ya la sombras estaban por rodearme, dos a mi derecha y una a por la izquierda, sin poder moverme por el susto, sólo pude abrir la boca para pegar un grito cuando las tres sombras se convirtieron en tres perros que solo venían a jugar conmigo.

Le dí gracias a Dios y estuve a punto de caerles a patadas a los perros, por lo general se la pasan ladrando en las madrugadas, o cuando ven a un extraño, o por lo menos se escuchan sus pasos, pero esa mañana nada de nada. Ya estaba por salir el sol y preferí salir hacia la plaza a tomar unas fotos del amanecer torondoyense con sus golondrinas volando entre los techos de las casas de mi pueblo.

La noche de las estrellas fugaces

Como en todo típico pueblo pequeño, casi todos los muchachos salen en la noche para la Plaza Bolívar, bien sea a hablar, otras parejas a verse entre los pinos de la plaza, los niños a jugar a policías y ladrones.

Una noche estábamos más de veinte muchachos en la esquina de la plaza que daba con la posada hablando de todo un poco, cuando de repente se fue la luz. Creo que era luna nueva, el cielo estaba totalmente despejado y se podía ver el cielo todo estrellado sobre un fondo terciopelo azul.

Como era de esperar, nadie podía quedarse cayado y comenzaron a salir los astrónomos que se jactaban de reconocer las constelaciones, que si allá estaba la estrella del sur, que la osa mayor, la menor, las tres marías o los tres reyes magos.

En esta inspección comenzamos a ver estrellas fugaces y como locos la gente comenzó a pedir deseos, esperando que se cumplieran algún día. Quien más contará estrellas tenía más oportunidades, teníamos que aprovechar esa lluvia de estrellas en el cielo.

Allá hay otra, gritó uno, todos dirigimos la mirada hacia donde indicó con el dedo. Esperábamos que la estrella se desvaneciera al caer cuando de pronto dio un giro de 90 grados, siguió una trayectoria recta para luego girar nuevamente de manera brusca hasta desaparecer.

Todos nos miramos las caras, por un momento nadie dijo nada, pero como nadie podía quedarse cayado alguien dijo que era un avión. No convenció a todos y seguimos buscando la estrella. Tal vez por estar prestando mas atención ahora pudimos ver no una, sino dos "estrellas" que daban esos giros tan extraños y a velocidades muy pero muy altas.

Sólo se que no eran aviones, pues ni los aviones caza pueden realizar esos giros sin romperse en el aire, va contra las leyes de la física. Además las luces de los aviones son intermitentes mientras que éstas eran fijas.

Desde Torondoy se llega a los páramos piedras blancas, los conejos, la culata, donde siempre se cuenta que se han visto muchas cosas raras, además dicen que mucha de la gente que se pierde en esos páramos son llevados por objetos voladores no identificados.

Si no me creen, cuando vayan a Torondoy y si de casualidad se va la luz en una noche de luna nueva, no dejen de mirar el cielo, porque seguramente por allí podrán ver estrellas fugaces y algo más.

Mi primera amanecida con el cuatro

Vamos a ver si me cuadran las cuentas cronológicas, creo que fue en el año 1988, un mes de diciembre, cuando recién daba mis primeros pasos en ese instrumento de cuerdas tan de las parrandas nuestras.

Había aprendido unos dos tonos en el cuatro, RE mayor y SI menor con un manual de cuatro de Oswaldo Abreu García. Con esos tonos sacaba tres canciones: Rosa Angelina, Brisas del Zulia y Preciosa Merideña.

En la casa donde quedaba la posada para cuando dejé Torondoy hace unos años, había una especie de fiesta, era una reunión a la que por supuesto no fuimos invitados, entonces andaba con mis grandes amigos de parranda Javier y Orlando, alias Mijares y Manteca.

Busqué el cuatro que me habían regalado al salir de noveno grado, ellos querían que tocara parrandas o gaitas pues era diciembre, pero solo me sabía esas tres canciones, con ellas nos dieron las tres de la mañana, quien lo iba a creer, yo tenía una fiebre tremenda tocando cuatro, a ratos me dolían demasiado los dedos de la mano izquierda de pisar la cuerdas con el frío intenso de las madrugadas torondoyenses.

Al rato comenzó a salir gente de la casa de la Sra. Lucrecia y el Sr. Trino donde se llevó a cabo esa reunión o fiesta, nunca supe que fue. Un joven se acercó hasta nosotros y pidió que le prestara el cuatro para registrarlo. Resultó que esta persona, de quien no recuerdo el nombre, era alumno de una escuela de cuatro de Simón Díaz y así como tocaba cantaba. Hasta pena ajena me daba en un principio haber pasado tanto tiempo mal tocando tres canciones, luego no le podía quitar los ojos de encima a la mano izquierda sobre los trastes del cuatro mientras interpretaba Moliendo Café. Agregaba entonces una pieza mas a mi repertorio.

Poco a poco fue llegando el resto de la gente que estaba en la fiesta y los madrugadores de oficio, a la casita de la plaza Bolívar, donde estábamos, para cantar, improvisar versos, contrapuntear, formar la parrandita.

Ya con los rayos del sol, regresé a la casa con el cuatro cansado de tanto sonar con mi librito de lecciones de cuatro bajo el brazo y con la primera lección que desde ese día marcaría a mi único maestro en las artes musicales, la calle, la acera bajo el cielo estrellado de Torondoy.

Mi primera y última carreta

Es costumbre decembrina que la noche antes de la primera misa de aguinaldo, se permita a los muhachos lanzarse en carreta por las calles de Torondoy. En otras partes las llaman carruchas, pero en mi pueblo son carretas. Consiste en un automovil propulsado por gravedad y también por una pila... una pila de muchachos que para pagar las colas en las carretas deben subir arrastrando los automóviles de madera por las empinadas calles del pueblo.

Su construcción consiste de una tabla ancha donde van a estar ubicados el piloto, en caso de un monoplaza, y los pasajeros (coleros) que pueden ir de dos hasta unos seis. Unidos por medio de un listón al volante que por la forma y dureza se prefiere de palo de guayabo. En la parte posterior va clavada una base que sirve de eje trasero. Al volante y a este eje se le sujetan cuidadosamente cuatro rolineras, preferiblemente usadas, que están bien flojitas. Escuché de algunos casos donde las dejaban todo el año en gasoil especialmente para armar las carretas en diciembre.



Al volante se le agregan dos pares de cauchos, alpargatas o chanclas viejas que serán el freno y para completar el juego de la dirección un mecate de 1" más o menos.

Que cuento de fórmula uno, o las 500 millas, nada como pararse en una esquina para ver toda una suerte de accidentes, dónde hasta los mirones podían llevarse un buen susto. La adrenalina corría por las venas, el ensordecedor ruido del metal arrancando el cemento de las calles, el polvo mezclado con el frío decembrino, al fondo los aguinaldos viejos que salían convertidos en gritos desgarrados de las cornetas de la iglesia, sin fiscales ni control. En las rectas casi no pasaba nada, pero al llegar a la esquina de copei, listo, allá rodó el primero, una cuerda del volante se rompió perdiendo el control y le llegó de frente a la acera de la posada. Detrás venía otra carreta, pero está era de las grandes con cinco pasajeros, por supuesto muy dificil que frene en una distancia tan corta. Del impacto todos salen volando con sendas loras en las rodillas, codos y nalgas, pero no se porqué en el momento todos se rien como locos, antes se decía un "sóbate que eso se hincha" al día siguiente todos cojeando.

Cuando hice mi primera carreta, busqué unas rolineras nuevas, un listón, tabla y volante casi que de carpintería, todo derecho, y con la ayuda de Poto la armé, muy emocionado salí esa tarde, pero la carreta por tener el volante tan derecho con cualquier piedra se paraba, creo que hasta con una chapa. Luego de ubicar una ruta por donde poder bajar cómodamente, iba llegando a la esquina antes mencionada, la ruta en si son dos cuadras o tres, con cierta velocidad adquirida por la gravedad tomé la cuerda para dar el giro cuando sentí que mi cuerpo se iba de lado, la cuerda se rompió y cuando quise recuperar el equilibrio me resbalé de la tabla lisa saliendo de la carreta cual piedra que se tira sobre un lago.

Por un momento pensé que no me había pasado nada, al levantarme sentí que tenía pegado el pantalón a la nalga, cuando me revisé estaba húmedo de sangre de la lora que acababa de hacer.

Esa fue mi primera y última carreta. Prefería andar de cola o en las esquinas viendo como se estrellaban los demás.

Las bodegas de Punta Brava

En la época en que estudiaba en la escuela Básica Briceño Méndez, Punta Brava tenía varias bodegas, puedo recordar, en orden desde la entrada hasta la plaza Bolívar, la del Sr. Pedro La Cruz, luego estaba la del Sr. Duilio Abreu, la de Rafael "Mi Mercadito", al otro lado de la casa la del Sr. Evangelista y un poco más abajo "El Huequito" del popular Catalino. Esta última era la que abría más temprano, creo que como a las cinco de la mañana.

Los días de fiesta y fin de semana, en especial los domingos, todas las bodegas se llenaban de gente que venía de los campos a hacer sus compras de víveres: el aceite, la mayonesa, el pescao salao, las sardinitas, la pasta o fideos, el chimó envuelto en cascaron que se me parecían a los cartuchos de una ametralladora y muchas cosas mas.

Según cuentan, la casa número 12 donde vivíamos fue construida para ser otra bodega mas, y tenía la particularidad en un comienzo de sólo tener tres puertas, nada de ventanas, años después fue modificada la puerta del medio por una ventana con barrotes de madera, pero la ocupamos como casa de vivienda y lo que era el salón dedicado a la bodega terminó siendo un enorme cuarto que compartía con mis hermanas y un montón de libros.

Un domingo tratamos de abrir la puerta principal de la casa, pero nos sorprendió que al halar la puerta, una fuerza extraña la volvía a cerrar, por un momento pensamos que alguien nos estaba jugando una broma pesada, pero cuando pudimos medio abrir la puerta, vimos con asombro que alguien había amarrado un burro en la puerta de la casa. El dueño del mencionado pollino , estaba haciendo su mercado donde Rafael, quien se dió cuenta de lo que estaba pasando y le aviso al dueño del animal para que nos dejara salir.

A la hora del mediodía era fijo que a mi hermana o a mí nos mandaran a buscar un refresco para el almuerzo. Con una familiar nos alcanzaba para cuatro, sólo 750 cc. Una vez a la semana subían para Torondoy el camión de la cerveza y el de los refrescos. Pienso que por la ubicación estratégica de la casa 12, en el medio de todas las bodegas, el camión del refresco siempre se paraban frente a la casa. En esos días, cuando me mandaban por la familiar, sólo me bastaba abrir la puerta, mirar hacia arriba, hacia abajo, estirar la mano y listo, ya teníamos el refresco para el almuerzo.

Estas bodegas ya no existen en Punta Brava, hay nuevos negocios. La del Sr. Pedro La Cruz creo que es un cuarto más de la casa de la familia La Cruz, la del Sr. Duilio, ahora es una ampliación de la sala de la casa. La de Rafael es ocupada por la Sra. Carmen y su venta de empanadas, de las de Catalino y Evangelista queda nada.

Radio Triunfo llegó y... ¿la Juventud Gaitera?

En los 90 los grupos de gaita de Torondoy estaban conformados por muchachos entre 15 y 25 años y alguno que otro rezagado de los antiguos gaiteros. El primer día de diciembre se tenía por costumbre realizar el programa "Esperando la Navidad" una iniciativa del Padre Goyo para que el pueblo quisiera mas sus tradiciones.

El primer año participaron Fiebre Gaitera, Policromía Musical y otras agrupaciones invitadas de pueblos vecinos. Recuerdo que fue un grupo de Caja Seca con el que no vimos luz, pero lo importante era formar la parranda.

El siguiente año Fiebre Gaitera cambio de nombre, ahora nos llamábamos Juventud Gaitera, y teníamos presentaciones en otros lugares. En una ocasión Radio Triunfo, una emisora AM de Caja Seca, nos había incluido en la programación navideña. Todo el conjunto estaba muy contento por la invitación, pero por un malentendido la noche que la móvil de radio triunfo subió a Torondoy, Juventud Gaitera se encontraba dando un toque en otro pueblo.

Yo me quedé esa noche en el pueblo, no recuerdo porque razón. En Punta de Brava se iba mucho la luz, hasta en eso para la época había divisiones, un transformador para Punta Brava y otro para la Veguita, pero la carga del transformador de Punta Brava era mayor de su capacidad y a veces se iba la luz solo en el sector. Me fueron a buscar a la casa y entre la luz de las velas encontré mi cuatro y me fui para el Centro de Amigos donde estaba la gente de la móvil.

El equipo de radio triunfo ya se había instalado, cuando entré al salón donde estaban los billares vi a uno de los técnicos ajustando la antena hacia Caja Seca. Javier Mejias, el tamborero mayor también se había quedado en el pueblo, pero no teníamos a mano un tambor. Esto no era impedimento para Javier pues de cualquier cosa hacia un instrumento de percusión, tomó una silla de madera y con sus dedos sacó los mejores repiques de tambor que he escuchado.

Juventud Gaitera no estaba, pero como dicen en el medio "la función debe continuar" así que cantamos varias gaiticas suaves: aquel zuliano, la grey zuliana, canto a la vida... la hora de programación se hacia interminable y eso que a cada rato interrumpían para dar los comerciales e identificar la emisora. Al final se nos acabó el repertorio y tuvimos que completar con un par de canciones que interpretamos con una guitarra de Arsenio.

Cuando por fin salimos del compromiso salí del Centro de Amigos para la casa y allí estaban mis padres quienes habían escuchado el programa con un radio de baterías. La luz no había llegado en Punta Brava, pero gracias a este aparato nos pudieron escuchar en la cuadra.

De que vuelan vuelan...

Entre los años 89 y 91, estudié en la U.E. José Manuel Briceño Moncillo en Nueva Bolivia, porque en Torondoy para la época sólo daban clases hasta noveno grado. Para poder llegar a clases a las siete de la mañana tenía que agarrar el primer carro que salía hacia Caja Seca, eso era entre las 5:45 y las 6:00 de la mañana.

Toda mi vida me he levantado muy temprano, no hay nada como desayunar en la casa de uno. Para entonces mi mamá siempre se levantaba también a las cinco para prepararme el desyuno.

Un día me desperté con la alarma del reloj y comencé a desperezarme en la cama. Cuando de repente escuhé a lo lejos un aletear de un pájaro muy grande, era lento y cada vez se hacía mas fuerte y pesado. A medida que se iba acercando, mi cuerpo se enfriaba del susto. Pensaba que iba a tumbar la ventana del cuarto, cuando sentí que cayó en la carretera, pero un poco más arriba de la casa, creo que frente a la casa del Sr. Duilio. Comenzó a caminar raspando el cemento con lo que me imagino serían unas uñas grandes. De un brinco subió por las paredes de la casa y se encaramó en el techo de zinc. Es un techo interminable, la casa del Sr. Duilio es muy larga. El animal éste emprendió ahora una carrera por todo el techo hasta el fondo de la casa, creo que hasta la casa de Hugo.

Todo quedó en silencio.

Pensé que había sido una ilusión y estaba por darle gracias a Dios cuando el animal regresó corriendo por el techo de zinc y cayó a la carretera, en esta oportunidad se golpéo muy fuerte en el piso, pero no fue impedimento para emprender el vuelo nuevamente por la Avenida Bolívar. Ya el corazón se me iba a salir por la garganta, como pude comencé a rezar unas oraciones, hasta que todo quedó nuevamente en silencio, pero era distinto porque se escuchaban los cantos de los pajaros en la plaza Bolívar.

A los pocos minutos sentí a mi mamá en la cocina y me fui a hasta allá. Le pedí la bendición y le pregunté de una vez si había escuchado la bulla en la casa de al lado. Me dijo que no había sentido nada.

Yo no sé si existen o no, pero de que vuelan vuelan, y brincan también.

Las gaitas y el Padre Zoltan

A principios de los 90 llegó a Torondoy un sacerdote de origen húngaro, el Padre Zoltan, de avanzada edad, según decían algunos había peleado en la segunda guerra mundial, luego quedó viudo y entregó su vida al sacerdocio.

Por problemas del lenguaje, las misas del Padre Zoltan eran toda una aventura de la torre de babel, tratando de entender, sólo se salvaban los textos que ya venían impresos en la hoja dominical que repartían en la entrada de la iglesia.

Llegó el mes de diciembre y con él las misas de aguinaldo. Es costumbre que la noche previa a la misa se lancen morteros para anunciar a los pueblos vecinos que el día siguiente hay misa en la madrugada. Desde ese momento Torondoy transforma, pierde su tranquilidad para llenarse de la algarabía de las carretas que salen desde Punta Brava hasta la medicatura o hasta el puente de la botijuela, el repicar de campanas, y el sonar de los tambores al son de la gaita en la esquina de la plaza.

Pienso que todo esto evocaba en el Padre Zoltan malos recuerdos de su época de soldado pues se transformaba por completo.

Una noche nos encontrábamos tocando gaitas en la esquina de la casa de Gustavo, al lado de la iglesia, como en pocas ocasiones el grupo estaba completo, dos furros, dos tambores, charrasca, güiro, maracas y el cuatro con sabrosura… Cuando de repente uno de los tambores rebotó en el piso desarmándose en el acto. Era el Padre Zoltan que enfurecido se desquitó con el pobre tambor que le llevaba a la devastada Europa en plena guerra, tenía la cara muy roja y los ojos desorbitados, solo dijo en claro castellano que nos iba a mandar a meter presos, gritaba un montón de cosas en su lengua natal.

Armado de valor me dí la vuelta para quedar frente a él, estaba muy molesto porque para conseguir los instrumentos para el grupo de gaitas nos costaba mucho. También empecé a gritarle al Padre Zolta, claro, me sentía apoyao’ por los muchachos del grupo de gaitas que estaban detrás de mí, pero al voltear sólo encontré a los instrumentos tambaleándose en el piso, todos los muchachos habían salido corriendo, hasta yo lo pensé con ese húngaro de casi dos metros manoteando. A Dios gracias que no pasó nada, sólo un buen susto y un tambor menos para el grupo de gaitas.

Desde entonces tuvimos un poco de consideración con el pobre viejo y tocábamos gaitas un poco más lejos y desde lugares donde pudiéramos ver la puerta de la casa parroquial para dejar de tocar cuando saliera el Padre Zoltan.

Del guiso de la hallaca a Cantaluna

Una mañana de un diciembre de 1991, mi papá me pidió que fuera a casa de Manuel a buscar un poco de oregano para el guiso de las hallacas. Yo venía llegando de misa de aguinaldos y de cantar gaitas y parrandas en la esquina de la plaza. Con la misma que entré a la cocina di media vuelta rumbo a casa de Manuel. En la plaza convide a Jose a que me acompañara, cuando llegamos donde Manuel, salían del fondo de la casa toda una gama de olores que nuncá podré olvidar, pan hecho en horno de barro, hervido de costilla ahumada y de paso estaban asando hojas para las hallacas.


Manuel y su familia llevan la canción en la sangre y esa mañana compartían con las canciones del cantor del pueblo las tareas de la casa. Manuel nos invitó a tomar hervido, pero todavía le faltaba, así que llevamos el oregano a mi papá, Jose y yo compramos una caja de cerveza donde Arsenio que como todos los diciembres en las mañanas sacaba unas cornetas del bar a la calle y colocaba gaitas para alegrar a la Veguita y sus transeuntes.

Al vernos caminar con la cajita azul por el medio de la calle, la gente nos decía: "van fallos..." y así entramos a la casa de los Abreu como si vivieramos allá, guardamos las cosas en la nevera, y nos pusimos a cantar en el patio mientras el fogón seguía trabajando.


No se como, pero poco a poco la casa se fue llenando de buenos amigos. Esta casa queda en la vía hacia San Rafael, pienso que como a menos de cien metros de la avenida Bolívar de ida, pero para salir se hace eterno pues es muy empinada.

Así entre gaitas, parrandas y Alí Primera pasamos el día en casa de Manuel, con Ana, Gladys, Chiqui y todos sus familiares.

Para ese entonces teniamos un grupo juvenil llamado "Somos Iguales" entre muchas de las cosas que nos unía, era la canción, cuatro y guitarra nos acompañaban. Todo ese diciembre nos la pasamos en ese plan y luego enero, febrero... Cualquier excusa era ideal para una serenata a la luna.

Años después Manuel, Ana y Anne inciaron una empresa de café artesanal, Belle Fond, a medida que la empresa fue consolidándose extendieron las líneas de producción al área de vinos y licores a los cuales bautizaron con el nombre de Cantaluna en honor a aquellos días de serenatas.

He aquí pues la relación entre el guiso de la hallaca y Cantaluna. Cada vez que tome estos vinos sentirá todo un recital improvisado de tertulia torondoyense.

Los globos de papel... el inicio

Quizás como lo ven, así era mi pueblo hace 33 años cuado mis padres llegaron a trabajar a Torondoy, casi no ha cambiado nada. Es una característica muy particular en la actualidad, cuando todo cambia tanto y tan rápido. Precisamente ahora no me encuentro allá, pero no les puedo negar que el escenario de mis sueños siempre es este paraje fabuloso lleno de majestuosos colores con el que la naturaleza lo pinta, del calor con el que su gente se abriga en las mañanas andinas y de muchas cosas más que quiero compartir con todos ustedes.


Torondoy está ubicado en la zona sur del lago de Maracaibo, pero no crean que hace calor, junto a otros pueblos está ubicado sobre los mil metros de altura y en una época fue la puerta de entrada a Mérida desde el puerto de Gibraltar. Hoy esa puerta sigue abierta como Parque Nacional para todo aquel que quiera estar en contacto con nuestros bosques nublados y páramos andinos.

La parte central del pueblo está formada por no más de cinco cuadras si unieramos varias cuadras "mochas" que la topografía del terreno permite dibujar. Desde la entrada del pueblo hasta la mitad de la plaza Bolívar se llama Punta Brava y de allí hasta el puente de la quebrada la Botijuela se le llama la Veguita, el origen de los nombres no me lo sé, no me caracterizo por ser investigador, pero puede que algún día les diga.

Como buenos andinos durante el mes de mayo se hacen las fiestas en honor a la Cruz de Mayo, recuerdo las competencias entre Punta Brava y La Veguita para ver quien lanzaba más globos de papel y cuan lejos llegaban, los más arriesgados los rescataban en las montañas vecinas cuando el viento jugaba con ellos.

El proceso de fabricación es muy delicado, pues el papel de seda, usado en este arte, es muy frágil y casi siempre se buscaban las casas con salas grandes o patios de secado de café con piso requemado para proceder a pegar las tiras de papel con engrudo para armar el globo.


Entre los que armaban los globos que garantizaban su vuelo estaban los de Raúl y Nilo, Punta Brava claro está, se me olvidaba decirles que vivía en la casa número 12 de la Avenida Bolívar en Punta Brava. Si, así como lo están leyendo, en esas casi cinco cuadras tenemos dos avenidas, la Bolívar y la Justo Briceño. La hora de echar los globos era después de las cuatro de a tarde. Toda la gente se reunía en las esquinas, unos para ligar que todo saliera bien, otros para ver como se quemaba todo ese papel. A veces lo más difícil era conseguir el combustible apropiado para la mecha que le daría al globo el aire caliente necesario para elevarse. El ideal era la trementina, pero por casi siempre se usaba el gasoil, o gasoi como le decimos.

El tamaño de los globos varía mucho, pero el promedio está por los seis metros de altura, de tres puntas, de cuatro, media luna, todo un tapete de colores con el papel de seda. Para lanzarlos entre seis y ocho personas al comienzo lo toman con mucho cuidado por las puntas, luego se mete aire caliente y a medida que se va inflando, se requieren menos ayudantes hasta que al final el globo, despegándose de la tierra, es despedido con un pequeño empujón.

He querido comenzar con esta historia de los globos en este viaje por Torondoy en las montañas andinas.