domingo, 28 de junio de 2009

Mi primera amanecida con el cuatro

Vamos a ver si me cuadran las cuentas cronológicas, creo que fue en el año 1988, un mes de diciembre, cuando recién daba mis primeros pasos en ese instrumento de cuerdas tan de las parrandas nuestras.

Había aprendido unos dos tonos en el cuatro, RE mayor y SI menor con un manual de cuatro de Oswaldo Abreu García. Con esos tonos sacaba tres canciones: Rosa Angelina, Brisas del Zulia y Preciosa Merideña.

En la casa donde quedaba la posada para cuando dejé Torondoy hace unos años, había una especie de fiesta, era una reunión a la que por supuesto no fuimos invitados, entonces andaba con mis grandes amigos de parranda Javier y Orlando, alias Mijares y Manteca.

Busqué el cuatro que me habían regalado al salir de noveno grado, ellos querían que tocara parrandas o gaitas pues era diciembre, pero solo me sabía esas tres canciones, con ellas nos dieron las tres de la mañana, quien lo iba a creer, yo tenía una fiebre tremenda tocando cuatro, a ratos me dolían demasiado los dedos de la mano izquierda de pisar la cuerdas con el frío intenso de las madrugadas torondoyenses.

Al rato comenzó a salir gente de la casa de la Sra. Lucrecia y el Sr. Trino donde se llevó a cabo esa reunión o fiesta, nunca supe que fue. Un joven se acercó hasta nosotros y pidió que le prestara el cuatro para registrarlo. Resultó que esta persona, de quien no recuerdo el nombre, era alumno de una escuela de cuatro de Simón Díaz y así como tocaba cantaba. Hasta pena ajena me daba en un principio haber pasado tanto tiempo mal tocando tres canciones, luego no le podía quitar los ojos de encima a la mano izquierda sobre los trastes del cuatro mientras interpretaba Moliendo Café. Agregaba entonces una pieza mas a mi repertorio.

Poco a poco fue llegando el resto de la gente que estaba en la fiesta y los madrugadores de oficio, a la casita de la plaza Bolívar, donde estábamos, para cantar, improvisar versos, contrapuntear, formar la parrandita.

Ya con los rayos del sol, regresé a la casa con el cuatro cansado de tanto sonar con mi librito de lecciones de cuatro bajo el brazo y con la primera lección que desde ese día marcaría a mi único maestro en las artes musicales, la calle, la acera bajo el cielo estrellado de Torondoy.

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